Misa 26 de julio 2020
Homilía XVII Domingo del tiempo ordinario
“ El reino de los cielos se parece a un tesoro… ”
Hoy es la fiesta de santa Ana, a mí me gusta llamarla la abuela de Jesús y hoy es un hermoso día para festejar a las abuelas. Cuando incensaba vi algo hermoso: la estatua de santa Ana a no está coronada, la hija, María, está coronda. Y esto es hermoso. Santa Ana es la mujer que preparó a su hija para conver- tirse en reina, para convertirse en la reina de los cielos y de la tierra. {26–7–2014). Evangelio de hoy: Las dos primeras parábolas {tesoro, perla} subrayan la decisión de vender cualquier cosa para obtener eso que han descubierto. En el primer caso, no siendo el campo de su propiedad debe adquirirlo si quiere poseer el tesoro: por tanto, decide arriesgar todos sus bienes para no perder esa ocasión realmente excepcional. En el segundo caso, un mercader, experto conocedor, ha identificado una perla de gran valor. También él decide apostar todo a esa perla, hasta el punto de vender todas las demás. Estas semejanzas destacan dos ca- racterísticas de la posesión del Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. El Reino de Dios se ofrece a todos -es un don, es un regalo, es una gracia- pero no en un plato de plata, requiere dinamismo: se trata de buscar, caminar, trabajar. l. La búsqueda es la condición esencial para encontrar: es necesario que el corazón arda en deseos de alcanzar el bien precioso, es decir el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús. Es Él el te- soro escondido, es Él la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un giro decisivo a nuestra vida, llenándola de significado. 2. Esto implica también sa– crificio, desapegos y renuncias. Cuando el tesoro y la perla son descubiertos: cuando hemos encontrado al Señor, no podemos dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificar por ello cualquier otra cosa, subordinándolo todo a Jesús, poniéndolo a Él en el primer lugar. La gracia en el primer lugar. El discípulo de Cristo no es uno que se ha privado de algo esencial; es uno que ha encontrado mucho más: ha encontrado la alegría plena que solo el Señor puede dar. Es la alegría evangélica de los enfermos sanados; de los pecadores perdonados; del ladrón al que se le abre la puerta al paraíso. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús. Los que se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siem- pre nace y renace la alegría {30–7–2017).. PAPA FRANCISCO